Oasis de sueños en el Sahara, el desierto de los engaños

El gallego Eloy Domínguez Serén ilustra con humor y esperanza la resistencia de los jóvenes saharauis tras más de cuarenta años de decepciones

 

 

Tres jóvenes de veintipico años intercambian proyectos y sueños en la tierra más árida de la población más abandonada del mundo: la de los campos del Sahara Occidental, ese limbo resultante de la dejación de España, la ocupación de Marruecos y la inoperancia de Naciones Unidas. Pero los protagonistas de esta historia, Zaara, Sidahmed y Taher, no hablan de la injusta situación política de la comunidad en que habitan sino de su día a día y sus planes de futuro. La cámara de Eloy Domínguez Serén levanta testimonio de sus vidas con elegancia, humor y sentido de la belleza. Es Hamada , documental con aires de drama costumbrista que este viernes llega a los cines.

Eloy Domínguez se fue al Sahara hace cinco años. Él vivía entonces en Suecia, donde había “emigrado” –dice– en el 2012. De pronto le surgió la oportunidad de impartir clases de cine, lo suyo, en una nueva escuela abierta en uno de los campamentos del desierto norteafricano. “Yo conocía el conflicto porque me había interesado desde que, a mis 13 años, una maestra excitó mi curiosidad con su incomodidad y su intento de evitar el tema cuando salió en el temario”.

El joven profesor se encontró con unos alumnos poco motivados. “Estaban demasiado acostumbrados al monotema de siempre, la eterna espera de la comunidad saharaui”, recuerda. Entonces se propuso estimular la creatividad de los chicos invitándoles a crear historias filmadas de al menos cinco minutos cada fin de semana. Él también participó. Se le ocurrió centrarse en los coches, que allí están por todos los lados y tienen una enorme importancia.

“Los coches han sido importantísimos en el éxodo de los saharauis”, explica. Se ha hecho guerra de guerrillas con Land Rover convertidos en tanquetas. El tráfico de vehículos y de gasolina es abundante. Hay coches por todas partes. Y ellos simbolizan allí la libertad, con la paradoja de que “quien coge el volante para ir a dar una vuelta sabe que no puede llegar a ninguna parte”.

Los pupilos de Domínguez quedaron encantados con el ejemplo de su maestro al tomar como asunto de película algo tan familiar, cotidiano y relevante como los coches. Y el cineasta acabó asumiendo que “ahí había una película”. De modo que aprovechó los ocho meses de estancias en los campamentos para pergeñar el filme.

Pero al ponerse manos a la obra y hablar con los posibles personajes del documental cambio de idea. “Me di cuenta de que los coches podían ser una buena excusa, pero que el tema en sí tenía que ser la juventud”. Y esto es Hamada, donde los utilitarios y los jeeps son efectivamente omnipresentes, pero sin pasar de su función de vehículo en beneficio de unas historias netamente humanas.

Hamada se beneficia de unos personajes reales muy potentes: Zaara, aprendiz de conductora con fuerte personalidad e ideas clara; Sidahmed, determinado a buscarse la vida y prosperar fuera de allí, y el joven y alegre Taher, preocupado ante todo por encontrar una novia extranjera.

Para poner en antecedentes de la situación del Sahara a los espectadores de cualquier parte del mundo que no la conozcan, Domínguez utiliza la escena de un pase al aire libre del instructivo filme Fusiles o pintadas , del catalán Jordi Oriola Folch. En unos pocos minutos, el filme permite que cualquiera persona comprenda lo esencial de la tragedia saharaui. Es una joya dentro de otra.

El hecho de que Hamada se vea a ratos como si fuera una película dramática de ficción cabe atribuirlo en parte a las pequeñas dosis de intriga de las historias que en ella se relatan. También, según su director, a “la intimidad” de las vivencias que narra y los momentos de convivencia que recoge. Y sin duda a lo que en definitiva es la esencia de la obra, su materia prima fundamental: la ilusión por lo que no es real y sólo se sueña. Es decir por lo ficticio.

(Fuente: La vanguardia-2019/07/12)